Hablaba el otro día, o mejor dicho debatía, a raíz de uno de mis pseudoartículos, sobre el derecho a reivindicar. Ya no solo el derecho, si no el protestar por protestar. Entonces, en aquella tormenta de arena, en plena oscuridad, surgió la chispa que hizo la luz. Aquel conocido me explicaba que para su parecer nos permitían quejarnos por todo, y bien es cierto que con algunas restricciones aún podemos decir lo que pensamos en algunos lugares. En otros como en el 19J no tanto.
La conclusión suya era muy radical, para mi gusto demasiado, pero quien sabe si en ocasiones extremas no hay que tomar medidas extremas. Comparaba la situación de España con un aula de colegio cualquiera. Para algunos será difícil echar la vista atrás a aquella época, para otros no tanto, pero imaginemos juntos aquellos pupitres, las paredes de colores toscos, y el profesor que advertía que no contestaba preguntas, era entonces cuando las preguntas -escasas- que se hacían eran verdaderamente importantes. No tanto si se no se ponía límites, entonces era barra libre de preguntas estúpidas y sin justificación del calibre de: "¿Se tiene que escribir el nombre?".
De modo que su propuesta era, y es, tan fácil y directa como si nos limitan las reivindicaciones solo protestaremos por lo que es importante. No se aleja de la realidad, está claro que eso es así, pero ahora llega el momento en el que yo empiezo a pensar días después y me planteo: "Entonces cómo decidir lo que es importante y lo que no."
Las mujeres feministas querrán tener su turno para gritar a una voz : "NO AL ABORTO", los antitaurinos necesitan su momento para reivindicar el fin de la tradición y de la tauromaquia, al igual que los mineros, pescadores, movimientos de homosexuales que se sienten fuera de lugar, los señores mayores que no quieren discotecas bajo de su casa, y las discotecas que no quieres a señores mayores. Un sin fin de propuestas que para ellos, individualmente, son y serán la más importante, la que tenga derecho a protestar, pero a efectos de otros ninguna de esas tendrá sentido y la que más le influya será la de mayor peso.
No es por ser aguafiestas, que la idea a priori es genial, perfecta, pero desde luego que se convertiría en un gallinero en el que solo se solucionarían los grandes problemas y los pequeños se irían haciendo grandes, entonces habría que protestar de nuevo por veinte cosas distintas. La solución, seguir como hasta ahora, protestando por todo, porque seguramente detrás de cada reivindicación habrá un reivindicador, con mayor o menor fortuna.
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