Por suerte, o por desgracia, yo he estudiado en una universidad pública y en una privada. He nadado entre dos aguas. Entre los "oprimidos" y los opresores; "liberales" y los más "conservadores". Al puro estilo de Zorrilla:
memoria amarga de mí.
Tengo la buena, o la mala costumbre, de no sentirme parte de la ideología de ninguna de las dos. Aunque lamentandolo mucho, he de confesar un secreto a voces, del que seguramente nunca nadie os ha hablado: la universidad pública no es apolítica, es más, está politizada. Demasiado, a mi modo de entender "la educación". Los profesores se implican en la causa, defienden su postura y la muestran con valentía como si se tratara de unos senos recién operados o de un móvil de última generación.
El primer día de clase mi profesor se autoproclamó "rojo". Orgulloso y victorioso. Comunista, no anarquista, catalanista, no nacionalista. ¿Y a mi que más me da? ¿Afecta al temario? Ignorante de mi, por lo visto sí; en cada una de sus clases he de hacer un ejercicio de autocontrol ante tanta verborrea verbal. Pensar: "no estoy para aprenderme la lección, sino para aprender a escuchar". Y eso es lo que hago. Escucho. A veces haciendo caso omiso a sus insinuaciones, sus faltas de respeto y el sin fin de enajenaciones mentales que son dignas de aparecer recogidas en un monólogo del club de la comedia. La diferencia, a mi pesar, es que esto no es un programa de televisión (tampoco "El show" particular), es una clase, en una universidad pagada con los impuestos de TODOS los españoles. Incluso de aquellos, como yo, que hemos pasado por la privada.
Cuando me preguntaban: ¿En la privada te hacen rezar? ¿En la privada hay curas? ¿En la privada hay crucifijos? Sí, sí y sí; ¿a caso no lo sabía? pues claro. En la universidad de pago, se firma, un contrato no escrito en el que se aceptan esas condiciones. La lastima es que en la pública, sin comerlo ni beberlo en las clases hay una hoz y un martillo y algún que otro dogmático intransigente. Ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos.