Las noticias desde la perspectiva de un joven del siglo XXI

jueves, 11 de junio de 2015

PETER PAN, UN ADOLESCENTE DE 33 AÑOS

Todos los niños quieren crecer rápido. Eso está claro. A partir de los  ocho, tal vez nueve, "esos locos bajitos" quieren salir de fiesta. Las niñas empiezan a tener la Pre-edad del pavo, que consiste en imitar a las generaciones que van por encima. Cuanto más corta la falda mejor, cuanto más pintada más guapa...  Tras esto viene la adolescencia. Las hormonas se revolucionan. Y se puede comprender...   realmente no es culpa nuestra, es la vida...

 ¿Pero y con 28 años? ¿es esto normal?   Acaso  es el transtorno del la segunda década del siglo XXI. Yo mismo he acuñado un nombre que se ajusta en definitiva a  lo que presuntamente sucede: "La segunda adolescencia".  Buscando un símil común, del  hogar,(tratando de no menospreciar a nadie) sería como ese wifi que deja de funcionar; que se toma ratos libres. Le gusta llamar la atención...
Tratar de lidiar con un pitopausico o en su defecto andropausico prematuro es complicado. Y sí, lo digo por experiencia, por varias experiencias.  De los 28 a los 33 la gente se "atonta". Diría que son todas las personas, pero sería mentir. Esto solo nos pasa a los hombres.  Es verdad, solo a nosotros. Sería menos preocupante si no afectará a los que rodeamos, pero no es así... ese es el problema. Actitud cambiante, el ahora sí, ahora no. Vuelven a aflorar  las actitudes arrogantes, egoístas y orgullosas que se dejan atrás - o al menos se supone- cuando se cumple la mayoría de edad. La rebeldía vuelve más peleona.  Esto no es más que un sin fin de síntomas, o de verdades como puños, de esos que entre los 28 y 33 vuelven a vivir la edad del pavo.  La adolescencia reflexiva.

 ¿Era Peter Pan un treinteañero adolecido? No lo sé, pero si lo era, la pobre Wendy aguantaría con él pocos días... tal vez algunas semanas, pero las idas y venidas destrozarían cualquier tipo de afecto, cariño, amor... Porque  si entre los 14 y los 18, los jóvenes tratan de  buscar diversión en la fiesta, en el desfase y todo lo prohibido, con 28 tratan de  recrearse en la soledad. Y la soledad no entiende ni la lengua del amor, ni tampoco la amistad... tan si quiera a la familia.
Yo tengo ciega esperanza, tal vez como la que tiene un niño al pensar que la tierra es plana, de que realmente  son conscientes hasta cierto punto de sus actos. Que no están locos, simplemente, algo transtornados. Un transtorno fortuito.

Si hay algo peor que  esta preandropausia, es que no tiene cura. No hay una pastilla que la calme. Ni que los calme a ellos, los treinteañeros que vuelven a ser durante seis primaveras quinceañeras revolucionadas. Inestables, vulnerables e incomprendidas. ¡La vida está mal ordenada! O tal vez, nos empeñamos en ordenar mal la vida.

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