Las noticias desde la perspectiva de un joven del siglo XXI

miércoles, 22 de abril de 2015

CERO

Aún no me acostumbro a vivir sin ratas; tampoco a que mis paredes no estén agrietadas, el suelo cuarteado, la puerta de la entrada sin pomo (con un cristal dividido por  una gruesa línea que determina donde fue el golpe), en fin no me acabo de acostumbrar a  estar tan tranquilo en mi casa. Sin emociones. Sin esas historias que solo me pasaban a mi.
La gente mundana, los de la calle, no me entenderéis, pero cosas que pasan... no siempre llueve a gusto de todos.

Para que os hagáis una idea de como estoy: antes debía pasar por la calle de la amargura (en sentido literal) para llegar hasta mi cuarto ahora, la ventana de mi estudio, da a la calle de la felicidad, o mejor dicho de la FELICIDAD en mayúsculas.

Cuando me encontraba solo entre las cuatro paredes y el techo compuesto por varias vigas de madera  me sentía como uno de esos literatos que fueron apresados por sus obras o por su ideología patente; tantas veces, sentado en un rincón de mi cama, con la mirada perdida pensé: "así se debía sentirse el pobre Miguel Hernández mientras escribía las Nanas de la cebolla". Yo miraba el tiempo pasar, las semanas eran años, los meses décadas enteras. Un día en la absoluta soledad de aquella casa era abominable; el infierno seguramente sería algo parecido. Tal vez Dante ideó esa macabra estructura que tenía tintes de hogar para escribir su Divina comedia. Pensaréis que soy exagerado, y tal vez sí, muchos viven en peores condiciones, o no pueden ni obtener una vivienda... lo de digna.... lo mío tampoco era digno.

Mi bienvenida fue igual que mi salida, una casa sin compañeros de piso, y una rata que se cruzo en mi camino; la diferencia era que la primera vez me sorprendió tanto que pensé que me moriría de un ataque de ansiedad, y la última simplemente dije: "Por lo menos las ratas se despiden de mi".  Cerré la puerta el lunes por la tarde, sobre las siete, y sentía cierta presión y alivio, una amalgama de sensaciones inexplicables. Por dentro llore de alegría, por fuera sonreí  y solo me quedaba decir que había acabado uno de los peores capítulos de mi vida. Mentalmente imagine un rotulo en blanco y negro que ponía "THE END", la inmensa sala de cine ficticia aplaudía...
No más campanas, otra vez a la vuelta de la cobertura, un techo en condiciones.... una casa que no tuviera ni ratas, ni cucarachas, ni tampoco plagas de mosquitos; si algo he aprendido que no a cualquier cosa se le puede llamar hogar. Y sin hogar, no se puede vivir, por lo menos vivir feliz.

PD: Esto lo escribo  desde mi mesa, mirando la calle de la Felicidad.