Hace mucho tiempo, tanto que posiblemente nadie se acuerde, hable sobre los límites del periodismo ¿dónde están? Sin decálogo del buen periodista y con unos sucesores más agresivos que nunca, todo apunta a que dentro de poco será lo más parecido a los juegos del hambre. Todo por la exclusiva del millón, del millón de euros o de disgustos. Esto mismo es lo que le ha pasado al ilustre, porque otra cosa no, pero ilustre un rato, Jordi Évole.
Ayer saltaban las alarmas porque su gran dato de audiencia aquel domingo ha sido un dardo envenenado, se enfrenta ahora a un juicio periodístico por el programa "la operación Palace".
A lo mejor los periodistas aquel día sintieron vergüenza ajena, aunque a nivel personal fue algo parecido a un sálvame de domingo, hasta con Belén Esteban incluida, encarnado por el director español Garci. En su afán de ganar la batalla contra la llegada de Risto Mejide bombardearon el barco con algo más de cincuenta minutos desmontando paso a paso el 23-F. La jugarreta no debió de sentarles muy bien a los profesionales del medio, puesto que ayer mismo se presento la denuncia contra el programa de salvados y el propio Évole. En este país somos así permitimos la emisión de series tan absolutamente nefastas como la versión española de Cheers y nos querellamos contra el experimento televisivo y social de Jordi.
Fuera o no un evento televisivo, que seguramente auguro que pasará a la historia de la televisión de este país, hoy en día vuelve a estar en boca de todos y no precisamente por la gran clase de maestría que dio en su momento, sino por el debate generado después de casi dos meses tras su emisión. Lo han conseguido, el caso 23-F vuelve a ser tema de conversación y el fenómeno Évole se crece aún más si cabe.
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