Hay que recordar que no son casos aislados ni en particular, pese a que sí que se pueden destacar varios en especial como puede ser: los San Fermines, las fallas o la tomatina de Buñol. Cada verano, y a lo largo de todo el año España vive lentamente sus fiestas rodeados de millones de turistas que encuentran en ellas un atractivo inigualable. No hace falta decir que descartando la opción de fiesta abrumadora y excesivamente cara de la jet-set de Ibiza los visitantes prefieren la económica verbena de las ciudades y pueblos y el Kalimotxo.
Hay que decir que el peaje que pagan las ciudades para que esto ocurra no es poco, y es que deben estar preparadas para unas arrolladoras masas de jóvenes, y no tan jóvenes, con sed de juerga y olor a alcohol, que durante su estancia olvidan las leyes y viven en una verdadera anarquía. Es indiscutible las cantidades inmensas de dinero que se manejan en los bares y hoteles, el ayuntamiento también se ve beneficiado y es que ahora en época de crisis parece que la tradición se ha convertido en nuestra salvación. Los turistas de la mano del garrafón dejan en nuestro país una imborrable huella, no solo por los desperfectos que ocasionan sino por la cantidad incalculable de dinero que derrochan sin parar. Pese al cúmulo de ventajas que traen todos estos visitantes los españoles parecemos desconformes e incluso muchos se amotinan e intentan acabar con la fiesta, rompiendo así los cheques llenos de ceros que vuelan en periodos de fiesta.
Es evidente que no todo el mundo quiere formar parte de una fiesta taurina, pero hay que reconocer que las importantes cifras que manejan los ganaderos, y la atracción turística que se desplaza de todas partes del mundo para participar en ellas es una cantidad suculenta y del todo convincente, y más sabiendo la época de escasez económico que estamos viviendo.
En muchos sentidos nos deberíamos sentir afortunados por el mero hecho de saber que a raíz de estas fiestas a las que muchas personas critican son indudablemente el mejor rescate casero por una temporada. También es cierto que esto ocurre una vez al año, pero hay que decir que todos los comerciantes y los que se ponen las pilas y usan la picaresca hacen el agosto. Los billetes van de mano en mano durante unos días, algunos incluso llegan a ver el morado que tan inusual es de encontrar. No solo debíamos cuidar lo que tanto ha costado de consolidar como tradición, sino que también deberíamos fomentarlas más, sin destruir ninguna de ellas por lo menos en tiempos de crisis.
Es verdad que a mal de muchos consuelo de tontos y que esto no puede con la cabezonería de la gente que vive empeñada en extinguir por completo las fiestas y tradiciones.
Desde mi punto de vista espero que nunca suceda esto, no solo por el dinero que trae al país, sino por el importante sentido cultural que tiene para mucha gente que desde pequeño a mamado de ellas. Fiestas que han pasado de abuelos a padres, y de padres a hijos. Generación tras generación formando la MARCA ESPAÑA.
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