Muchos tachan a Jorge Mario Bergoglio como el verdadero anticristo camuflado entre vestiduras largas y bajo palio, las paredes del vaticano retumban al igual que las de todas las iglesias en las que curas, obispos y demás cargos eclesiásticos se han llevado las manos a la cabeza por la gestión del intachable Papa Francisco.
Un Papa que desde su nombramiento ya puso el listón muy alto, tal vez no fue suficiente renunciar a muchos, por no decir la mayoría o todos, los privilegios que una figura de tal calibre goza, sino que ha tenido que ser más de medio año después cuando realmente se reconozca que ha llegado un salvador de la iglesia de la edad media. Ni Benedicto, ni Pablo, ni Juan, el argentino Francisco es el encargado de orar el milagro, el milagro de transportar la religión al siglo XXI. Un cristianismo donde seguramente se pueda hablar sin tapujos de los preservativos, aceptar a los homosexuales y respetar los abortos entre muchas más cosas. No todos los avances se basan en la aceptación que aleja a la iglesia de tiempos retrógrados, sino que también Francisco I ha sido el encargado de hacer una verdadera limpieza en el banco Vaticano que al igual que en todos los sitios el poder del dinero y el olor a papel recién impreso llevo a la corrupción.
El hombre más admirado y la máxima figura de la iglesia Católica Cristiana está imparable, porque promete más cambios en una agenda completamente reformista hecha a medida a los tiempos que vivimos. Francisco criticó en su entrevista en el periódico italiano La Repubblica que se avergüenza de toda la curia romana que vela por los intereses vaticanos olvidándose de los de el resto del mundo.
Ahora sí la ciudadanía en general respira tranquila porque gracias a Dios - y nunca mejor dicho- ha llegado un verdadero Papa, un verdadero pontífice, alguien que de verdad quiera ayudar sin beneficiarse, para todos los que no confiaron en él: ¡HABEMUS PAPAM!
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